EL
LUGAR DEL POETA
Confiado
Juan Antonio González Iglesias
Visor, 2015
Cada libro de Juan
Antonio González Iglesias es una excelente noticia para los lectores. Aunque en
esta ocasión la espera se había mitigado con la publicación en 2010 de su poesía
reunida, Del lado del amor, era el
momento de una nueva entrega y aquí está Confiado:
cincuenta poemas (los mismos que sus años) precedidos de un prólogo tan conciso
y esclarecedor como los anteriores; y es que lo que en muchos autores resulta
superfluo, en González Iglesias resulta imprescindible. Cada uno de sus
prólogos es una pieza exquisita que nos brinda la entrada. Igual que ocurre en
sus lecturas o en sus clases, una breve explicación a modo de preámbulo acaba
siendo una lección inolvidable. Por eso esperábamos confiados este libro; porque, como él mismo nos dice, es posible
que la poesía sea el último lenguaje cualitativo en un mundo excesivamente
cuantitativo, “el último lenguaje lento en el mundo de las prisas”.
Precisamente, la
reivindicación de la lentitud en una época que ha convertido la prisa en una
forma de vida irrenunciable es uno de los puntos más interesantes del libro,
una clara oposición a lo que Lipovetsky llama “el imperio de lo efímero”. Así,
en el poema “Quienes se oponen obstinadamente” leemos:
Quienes
se oponen obstinadamente
a
las modas, merecen
una
estatua distinta,
una
copa de vino decantado con tiempo,
o
una línea de oro recitada en voz alta. […]
No
se embriagan de efímero.
Aportan
equilibrio a la totalidad.
Que
nadie se confunda. También ellos
están
enamorados del futuro.
Pero
no van por el camino fácil.
La reivindicación del
tiempo necesario en el transcurso de los acontecimientos y la defensa de lo
cualitativo frente a lo cuantitativo se unen en uno de los poemas más contundentes,
“Libérame del reino de la cantidad”. En él, empleando un sistema recurrente
próximo al de los salmos, nos dice: “Llévame a mi tiempo, a la época del agua.
/ Deja que me descalce sobre el prado. / Déjame ser el último cualitativo.” Vuelve,
por tanto, aquí una idea presente ya en Un
ángulo me basta, como encontramos en el poema “Digo lo que me dicta mi
corazón sereno”:
Otros
escriben para desconcierto
de
las generaciones actuales
y
venideras. Yo
sólo
aspiro a que alguien
(no
necesariamente en el futuro)
en
alguna cultura muy antigua
me
comprenda.
Pero esta particular
concepción del tiempo no es la única que regresa. El amor, tema central en la
obra de González Iglesias, sigue estando presente desde el comienzo, como se
aprecia en el segundo poema del libro, “Afortunado”, o en “Dios quiere que esta
noche haya amor para todos”. En este último, llaman la atención la aproximación
al discurso narrativo y un lenguaje coloquial que recuerda vagamente a algunos
textos de Esto es mi cuerpo, como
“Escrito en Morgana”. Otro de estos poemas es “Estamos en gayumbos delante del
espejo”, título insólito por la presencia de un vocablo vulgar y de connotaciones
muy marcadas. Sin embargo, todo en este poeta tiene una razón profunda e
inteligente; y, como él mismo explica en una entrevista concedida a El Cultural, “la palabra gayumbos y la palabra amor están directamente conectadas en la
vida y en el logos”. El poeta se
presenta como un acróbata que camina por los márgenes del trayecto,
arriesgándose, tratando de encajar en el poema las únicas palabras que pueden
expresar cierta belleza. Si sale
bien, “la poesía habrá logrado uno de sus objetivos: que el lenguaje sea igual
a la vida”. Lo mismo sucede en
otros poemas con expresiones como “en plan comandos” o “a la buena de Dios”.
Los poemas de amor son
textos centrales en sus libros. Amor en todas sus dimensiones. De hecho, la
confianza que preside el libro es una consecuencia del amor, de una trayectoria
vital no exenta de disciplina (“la maravilla lleva aparejado / el sacrificio”,
comienza otro de los poemas); un camino lento, como requiere la búsqueda de la
armonía. “Pongo mi corazón en el futuro. / Y espero, nada más”, leemos en el
que da título al libro.
Muchos han repetido una
y otra vez que en su poesía se aúnan “lo clásico y lo moderno”, sin precisar
muy bien qué debemos entender por cada una de estas expresiones. Subrayan
constantemente la convivencia de palabras como smartphone o iPod con
apuntes de Píndaro o Tomás de Aquino, como si no formaran parte todos de una
misma realidad. Por eso, él más bien prefiere aferrarse al concepto de logos, porque su lenguaje aspira a
reflejar la vida, a combinar las notas buscando la armonía que nos reconcilie
con el cosmos, que nos serene como solo lo hacen algunos lugares.
Así, el lenguaje
poético de González Iglesias es de una precisión y una riqueza envidiables. Su
manera de mirar las palabras se asemeja a su forma de mirar el mundo: siempre
de otra manera, buscando siempre el dato inesperado que haga que todo se
engarce en ese lienzo de amor y de lenguaje, de verdadero lenguaje. A propósito
de este último, nos advierte en la entrevista mencionada arriba que en la
elección de cada palabra hay una ética. Como en los grandes poetas latinos,
ética y estética son indisolubles. La dimensión ética es uno de los grandes
valores de su obra. Curiosamente, no es habitual que se subraye la dimensión
política de su poesía, a pesar de que en el poema “Unconventional epicureans”,
publicado trece años atrás, confesase: “la puerta del jardín no la cerramos
nunca / porque nos apasiona la política”. Ni tampoco podemos olvidar aquel
excelente “Poema pleno de amor para Elena Ferrer”, un auténtico himno en
defensa de lo sencillo, de lo maravillosamente humano, que queda refrendado en
este libro con títulos como el citado “Libérame del reino de la cantidad”, “Oda
a un objeto sencillo” o “Benditos los ignotos”.
Y es que más allá de su
dominio del lenguaje, de su amplio acervo cultural o su capacidad para captar
el objeto poético, la poesía de Juan Antonio González Iglesias es una auténtica
revolución. No una reacción súbita e incendiaria, sino un proceso lento –como
él prefiere- pero irrefrenable. ¿Acaso no es revolucionario oponerse a la
dictadura de las modas, al abuso de la estadística, a la obsesión por lo nuevo
en detrimento de lo bueno, al olvido de los grandes discursos del pasado, a la
vacuidad del lenguaje y, sobre todo, al destierro de aquellos valores que
habían distinguido al ser humano? En un mundo obsesionado hasta lo enfermizo
por lo celeridad y la banalidad, el poeta nos invita de nuevo a transitar aquel
secretum iter, esa escondida senda que conduce a la
serenidad y que resulta mucho más fatigosa que las otras, con todo su
ornamento, pero que merece la pena.
Amor y logos. De nuevo
los dos grandes conceptos que presiden la obra de un poeta que afirma que
Occidente se ha quedado sin maestros. Rafa Pontes escribe que “todos los días
necesitamos leer al menos un poema de Juan Antonio González Iglesias para tener
ánimo, para vivir, para seguir adelante sin perder de vista los logros de
nuestros predecesores”. No podría expresarlo mejor. Cuando el conocimiento y la
virtud se ponen al servicio de la poesía, esta acaba por parecerse -ahora sí- a
la vida. Y estos son los poetas que ocupan de verdad su lugar, los que merecen
el título de maestros porque no van por el camino fácil.
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