sábado, 5 de septiembre de 2015

EL LUGAR DEL POETA



EL LUGAR DEL POETA












Confiado

Juan Antonio González Iglesias 

Visor, 2015












Cada libro de Juan Antonio González Iglesias es una excelente noticia para los lectores. Aunque en esta ocasión la espera se había mitigado con la publicación en 2010 de su poesía reunida, Del lado del amor, era el momento de una nueva entrega y aquí está Confiado: cincuenta poemas (los mismos que sus años) precedidos de un prólogo tan conciso y esclarecedor como los anteriores; y es que lo que en muchos autores resulta superfluo, en González Iglesias resulta imprescindible. Cada uno de sus prólogos es una pieza exquisita que nos brinda la entrada. Igual que ocurre en sus lecturas o en sus clases, una breve explicación a modo de preámbulo acaba siendo una lección inolvidable. Por eso esperábamos confiados este libro; porque, como él mismo nos dice, es posible que la poesía sea el último lenguaje cualitativo en un mundo excesivamente cuantitativo, “el último lenguaje lento en el mundo de las prisas”.


Precisamente, la reivindicación de la lentitud en una época que ha convertido la prisa en una forma de vida irrenunciable es uno de los puntos más interesantes del libro, una clara oposición a lo que Lipovetsky llama “el imperio de lo efímero”. Así, en el poema “Quienes se oponen obstinadamente” leemos:


Quienes se oponen obstinadamente
a las modas, merecen
una estatua distinta,
una copa de vino decantado con tiempo,
o una línea de oro recitada en voz alta. […]
No se embriagan de efímero.
Aportan equilibrio a la totalidad.
Que nadie se confunda. También ellos
están enamorados del futuro.
Pero no van por el camino fácil.


La reivindicación del tiempo necesario en el transcurso de los acontecimientos y la defensa de lo cualitativo frente a lo cuantitativo se unen en uno de los poemas más contundentes, “Libérame del reino de la cantidad”. En él, empleando un sistema recurrente próximo al de los salmos, nos dice: “Llévame a mi tiempo, a la época del agua. / Deja que me descalce sobre el prado. / Déjame ser el último cualitativo.” Vuelve, por tanto, aquí una idea presente ya en Un ángulo me basta, como encontramos en el poema “Digo lo que me dicta mi corazón sereno”:


Otros escriben para desconcierto
de las generaciones actuales
y venideras. Yo
sólo aspiro a que alguien
(no necesariamente en el futuro)
en alguna cultura muy antigua
me comprenda.


Pero esta particular concepción del tiempo no es la única que regresa. El amor, tema central en la obra de González Iglesias, sigue estando presente desde el comienzo, como se aprecia en el segundo poema del libro, “Afortunado”, o en “Dios quiere que esta noche haya amor para todos”. En este último, llaman la atención la aproximación al discurso narrativo y un lenguaje coloquial que recuerda vagamente a algunos textos de Esto es mi cuerpo, como “Escrito en Morgana”. Otro de estos poemas es “Estamos en gayumbos delante del espejo”, título insólito por la presencia de un vocablo vulgar y de connotaciones muy marcadas. Sin embargo, todo en este poeta tiene una razón profunda e inteligente; y, como él mismo explica en una entrevista concedida a El Cultural, “la palabra gayumbos y la palabra amor están directamente conectadas en la vida y en el logos”. El poeta se presenta como un acróbata que camina por los márgenes del trayecto, arriesgándose, tratando de encajar en el poema las únicas palabras que pueden expresar cierta belleza. Si sale bien, “la poesía habrá logrado uno de sus objetivos: que el lenguaje sea igual a la vida”.  Lo mismo sucede en otros poemas con expresiones como “en plan comandos” o “a la buena de Dios”.

Los poemas de amor son textos centrales en sus libros. Amor en todas sus dimensiones. De hecho, la confianza que preside el libro es una consecuencia del amor, de una trayectoria vital no exenta de disciplina (“la maravilla lleva aparejado / el sacrificio”, comienza otro de los poemas); un camino lento, como requiere la búsqueda de la armonía. “Pongo mi corazón en el futuro. / Y espero, nada más”, leemos en el que da título al libro.

Muchos han repetido una y otra vez que en su poesía se aúnan “lo clásico y lo moderno”, sin precisar muy bien qué debemos entender por cada una de estas expresiones. Subrayan constantemente la convivencia de palabras como smartphone o iPod con apuntes de Píndaro o Tomás de Aquino, como si no formaran parte todos de una misma realidad. Por eso, él más bien prefiere aferrarse al concepto de logos, porque su lenguaje aspira a reflejar la vida, a combinar las notas buscando la armonía que nos reconcilie con el cosmos, que nos serene como solo lo hacen algunos lugares.

Así, el lenguaje poético de González Iglesias es de una precisión y una riqueza envidiables. Su manera de mirar las palabras se asemeja a su forma de mirar el mundo: siempre de otra manera, buscando siempre el dato inesperado que haga que todo se engarce en ese lienzo de amor y de lenguaje, de verdadero lenguaje. A propósito de este último, nos advierte en la entrevista mencionada arriba que en la elección de cada palabra hay una ética. Como en los grandes poetas latinos, ética y estética son indisolubles. La dimensión ética es uno de los grandes valores de su obra. Curiosamente, no es habitual que se subraye la dimensión política de su poesía, a pesar de que en el poema “Unconventional epicureans”, publicado trece años atrás, confesase: “la puerta del jardín no la cerramos nunca / porque nos apasiona la política”. Ni tampoco podemos olvidar aquel excelente “Poema pleno de amor para Elena Ferrer”, un auténtico himno en defensa de lo sencillo, de lo maravillosamente humano, que queda refrendado en este libro con títulos como el citado “Libérame del reino de la cantidad”, “Oda a un objeto sencillo” o “Benditos los ignotos”.

Y es que más allá de su dominio del lenguaje, de su amplio acervo cultural o su capacidad para captar el objeto poético, la poesía de Juan Antonio González Iglesias es una auténtica revolución. No una reacción súbita e incendiaria, sino un proceso lento –como él prefiere- pero irrefrenable. ¿Acaso no es revolucionario oponerse a la dictadura de las modas, al abuso de la estadística, a la obsesión por lo nuevo en detrimento de lo bueno, al olvido de los grandes discursos del pasado, a la vacuidad del lenguaje y, sobre todo, al destierro de aquellos valores que habían distinguido al ser humano? En un mundo obsesionado hasta lo enfermizo por lo celeridad y la banalidad, el poeta nos invita de nuevo a transitar aquel secretum iter, esa escondida senda que conduce a la serenidad y que resulta mucho más fatigosa que las otras, con todo su ornamento, pero que merece la pena.  

Amor y logos. De nuevo los dos grandes conceptos que presiden la obra de un poeta que afirma que Occidente se ha quedado sin maestros. Rafa Pontes escribe que “todos los días necesitamos leer al menos un poema de Juan Antonio González Iglesias para tener ánimo, para vivir, para seguir adelante sin perder de vista los logros de nuestros predecesores”. No podría expresarlo mejor. Cuando el conocimiento y la virtud se ponen al servicio de la poesía, esta acaba por parecerse -ahora sí- a la vida. Y estos son los poetas que ocupan de verdad su lugar, los que merecen el título de maestros porque no van por el camino fácil.





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