Ana Martínez Castillo
Bajo la sombra del árbol en llamas
La Isla de Siltolá, 2016
Desde
2003, año de la aparición de La danza de
la vieja, Ana Martínez Castillo no había vuelto a publicar un libro de
poemas. Durante estos años ha centrado su labor literaria en la narrativa y la
crítica literaria, tanto en su blog como en la revista Vísperas. Sin embargo, quienes la conocemos esperábamos su retorno
a la poesía, o más bien a la publicación de su poesía, ya que, a decir verdad,
nunca la ha abandonado por completo.
Así, de
la mano de la editorial sevillana La Isla de Siltolá, nos ha llegado Bajo la sombra del árbol en llamas, un
libro tan sugerente y cautivador como su título. 34 piezas estructuradas en dos partes: “El
espejismo de la llama” y “El placer de las cenizas”, esta última compuesta casi
en su totalidad por poemas en prosa.
Gran
lectora de literatura fantástica, la escritura de Ana Martínez Castillo siempre
tiene presente el elemento onírico y tiende a atrapar al lector mediante la
sorpresa, la asociación inesperada o la creatividad del lenguaje. En su poesía
se reúnen igualmente todos estos ingredientes, como sucede en el poema
“Tormenta”, de la primera parte del libro:
Caía
esta lluvia.
Caía,
y era
del cielo.
Era del
cielo y del viento,
eran
del cielo estas pestañas,
eran
sus dientes
mordiendo
insectos.
Y
parecía
-te lo
aseguro-
que
estaba el cielo
rompiendo
en dos mitades
las
alas de las moscas.
Temas universales
como la otredad, el extrañamiento o la nostalgia contenida se dan cita en este
apartado, siempre manejados con una elegancia y una sutileza más que notables,
como ocurre en el poema “La otra” (“A veces –solo a veces– / insisto en no ser
yo”). El pulso con la tradición, necesaria en toda obra literaria, queda
patente en textos como “Lo dijo Maldoror”, un texto breve y conciso cargado de
ironía:
Lo dijo
Maldoror.
Que hay
que golpear
la
frente muerta de la niña,
reírse
de la vieja,
abandonar
al
padre enfermo.
Por si
llegamos
a ser
así nosotros
alguna
vez.
En este
último, como en los anteriores, observamos cómo el ritmo, a base de versos
breves y musicales, aparece siempre al servicio de la agilidad del contenido,
con un resultado formal realmente acertado. Además, casi todos los poemas nos
ofrecen un delicado lirismo, del que es un ejemplo “La muerte que nos traes”,
donde las comparaciones y la connotación consiguen un efecto muy particular:
La
muerte que nos traes
es
diminuta y cálida,
sutil y
triste
como
ciudad antigua,
gris
como los tejados de Edimburgo,
como
una calle de Coímbra […].
En la
segunda parte del libro es donde surge el lenguaje más personal de la autora y
donde las metáforas y las asociaciones libres sumergen al lector en un universo
fascinante, extraño y familiar al mismo tiempo, ya que un lenguaje ligeramente
surrealista se imbrica en un sistema de símbolos reconocibles y sugerentes, con
hallazgos brillantes como estas líneas del poema “Envuelta en azul”:
“[…]
Morir abrazada a las cosas, morir intacta y comprender que todo es luna en el
aliento del sapo; morir y ser –después de la derrota– aquel animal que respira
al otro lado de los párpados.”
O estas
otras de “Existe un lugar”:
“Son
los peces dueños del hielo que respiro, del frío que se hace porcelana […].
Sigue el camino, no preguntes y aspira el perfume de las flores, admira los
fuegos fatuos, deja que entren en el hueso, que jueguen con tus dientes, que
acaricien tu mejilla con mano libre de tacto. Allí, en el lugar al otro lado de
todos los lugares, la vida es un andar de puntillas sobre el verso quebradizo,
una ausencia de seísmos que puede salvarnos.”
Bajo la sombra del árbol en llamas es, en definitiva, un feliz
regreso; el reencuentro con la poesía de una completa y escritora muy completa
que tiene mucho que aportarnos.
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