lunes, 16 de enero de 2017

"Bajo la sombra del árbol en llamas" de Ana Martínez Castillo






Ana Martínez Castillo

Bajo la sombra del árbol en llamas

La Isla de Siltolá, 2016







Desde 2003, año de la aparición de La danza de la vieja, Ana Martínez Castillo no había vuelto a publicar un libro de poemas. Durante estos años ha centrado su labor literaria en la narrativa y la crítica literaria, tanto en su blog como en la revista Vísperas. Sin embargo, quienes la conocemos esperábamos su retorno a la poesía, o más bien a la publicación de su poesía, ya que, a decir verdad, nunca la ha abandonado por completo.

Así, de la mano de la editorial sevillana La Isla de Siltolá, nos ha llegado Bajo la sombra del árbol en llamas, un libro tan sugerente y cautivador como su título.  34 piezas estructuradas en dos partes: “El espejismo de la llama” y “El placer de las cenizas”, esta última compuesta casi en su totalidad por poemas en prosa.

Gran lectora de literatura fantástica, la escritura de Ana Martínez Castillo siempre tiene presente el elemento onírico y tiende a atrapar al lector mediante la sorpresa, la asociación inesperada o la creatividad del lenguaje. En su poesía se reúnen igualmente todos estos ingredientes, como sucede en el poema “Tormenta”, de la primera parte del libro:

Caía esta lluvia.
Caía,
y era del cielo.
Era del cielo y del viento,
eran del cielo estas pestañas,
eran sus dientes
mordiendo insectos.
Y parecía
-te lo aseguro-
que estaba el cielo
rompiendo en dos mitades
las alas de las moscas.

Temas universales como la otredad, el extrañamiento o la nostalgia contenida se dan cita en este apartado, siempre manejados con una elegancia y una sutileza más que notables, como ocurre en el poema “La otra” (“A veces –solo a veces– / insisto en no ser yo”). El pulso con la tradición, necesaria en toda obra literaria, queda patente en textos como “Lo dijo Maldoror”, un texto breve y conciso cargado de ironía:

Lo dijo Maldoror.
Que hay que golpear
la frente muerta de la niña,
reírse de la vieja,
abandonar
al padre enfermo.
Por si llegamos
a ser así nosotros
alguna vez.

En este último, como en los anteriores, observamos cómo el ritmo, a base de versos breves y musicales, aparece siempre al servicio de la agilidad del contenido, con un resultado formal realmente acertado. Además, casi todos los poemas nos ofrecen un delicado lirismo, del que es un ejemplo “La muerte que nos traes”, donde las comparaciones y la connotación consiguen un efecto muy particular:

La muerte que nos traes
es diminuta y cálida,
sutil y triste
como ciudad antigua,
gris como los tejados de Edimburgo,
como una calle de Coímbra […]. 

En la segunda parte del libro es donde surge el lenguaje más personal de la autora y donde las metáforas y las asociaciones libres sumergen al lector en un universo fascinante, extraño y familiar al mismo tiempo, ya que un lenguaje ligeramente surrealista se imbrica en un sistema de símbolos reconocibles y sugerentes, con hallazgos brillantes como estas líneas del poema “Envuelta en azul”:

“[…] Morir abrazada a las cosas, morir intacta y comprender que todo es luna en el aliento del sapo; morir y ser –después de la derrota– aquel animal que respira al otro lado de los párpados.”

O estas otras de “Existe un lugar”:

“Son los peces dueños del hielo que respiro, del frío que se hace porcelana […]. Sigue el camino, no preguntes y aspira el perfume de las flores, admira los fuegos fatuos, deja que entren en el hueso, que jueguen con tus dientes, que acaricien tu mejilla con mano libre de tacto. Allí, en el lugar al otro lado de todos los lugares, la vida es un andar de puntillas sobre el verso quebradizo, una ausencia de seísmos que puede salvarnos.”

Bajo la sombra del árbol en llamas es, en definitiva, un feliz regreso; el reencuentro con la poesía de una completa y escritora muy completa que tiene mucho que aportarnos.





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